Como cada día, el profesor se dirigió a su audiencia. Como cada día, nadie le prestaba atención. Al menos al principio. Porque aquél sería un día diferente. Hacia la mitad de la clase, comenzó a desabrocharse la gabardina. Los pocos estudiantes que aún miraban en su dirección lo notaron sorprendidos, y comentaron entre sí si el profesor pensaba desnudarse. Pronto esos murmullos derivaron en gritos de pánico.
Bajo la gabardina, el profesor llevaba un chaleco, pero no de punto o de lana. Estaba formado por pequeños paquetes amarronados conectados entre sí por numerosos cables de diversos colores. En los laterales de los paquetes podía leerse C-4.
El edificio fue evacuado con prontitud por los servidos de emergencia, y esa misma semana ingresaron al profesor a un psiquiátrico. Nunca lo lamentó, feliz de que con un poco de papel y unos cables había al fin logrado la atención que se merecía.
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Lamento la situación, pero la ley nos obliga.