jueves, 2 de abril de 2015

Historias de Canción 9

Cada día despierto en la habitación contigua a la suya. Y, cada día, mi primer pensamiento va dedicado a él. El segundo suele incluir alguna ligera maldición causada por el recuerdo de alguna infantilidad que hiciera el día anterior. Pero el primer pensamiento siempre es cálido, amable.

Se supone que soy una persona responsable, alguien que acostumbra a atenerse a las normas. Sin embargo, aquí estoy, dándole vueltas a la cabeza entorno a una idea que las violaría todas. O casi todas.

¿Qué debo hacer? ¿Ignorar mi primer impulso de la mañana y centrarme siempre en el segundo? Llevo semanas procurando hacerlo, pero cada vez ese primer pensamiento crece y se fortalece, haciendo que el segundo pierda consistencia, e incluso importancia.

Y eso no es lo peor. Antes sólo aparecía una vez, bien de mañana, y el resto del día era sustituido por una constante irritación. Lo que alguien tan infantil como él suele provocar en alguien tan racional como yo. Sin embargo, y para mi sorpresa, ahora cada vez encuentro más excusas a su comportamiento. Sin buscarlas.

Creo que se ha dado cuenta. ¿Cómo no hacerlo cuando las broncas que suelo echarle por no centrarse en el trabajo pierden tanta intensidad?

Además, creo que sabe que sí le oí cuando se me declaró. En teoría estaba inconsciente en el suelo del hotel cuando lo dijo, pero aún no había perdido del todo el sentido.

¿Qué debo hacer? ¿Confesar a mi compañero que abrigo los mismos sentimientos hacia él o continuar intentando mantenerlo en secreto?

Debería escoger ya entre esas opciones porque, a juzgar por algunas miraditas y comentarios que hay en el trabajo, él no es el único que se ha dado cuenta.

Porque le amo, y eso podría traer el peligro a nuestras vidas, al menos en el trabajo. Pero confesarlo tal vez nos separe y dificulte más nuestra relación.

¿Qué hago?

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