domingo, 19 de abril de 2015

Finde Nostálgico: Sagas familiares. El despertar

Publicado originalmente el 29 de septiembre de 2008, por Araxis

Cuando despertó, se sorprendió enormemente al notar que estaba vivo. Lentamente se percató de que le habían vendado las heridas y cerca de donde se encontraba había algo puesto en un fuego. Estaba en un claro de un bosque, el mismo claro del mismo bosque donde había ocurrido todo. Miró a su alrededor procurando que no le doliera el pecho más de lo necesario, algo bastante difícil en su estado. Estaba tumbado en un lecho de hojas secas cubiertas por una manta y desde allí no podía ver a nadie cerca.

Intentó recordar lo que había pasado desde que el oso (o lo que fuera) se abalanzara sobre él, pero su mente estaba nublada. <>, se dijo. De repente escuchó un ruido detrás de él y, haciéndose el dormido, vio a una criatura que portaba ramas y leños que depositó cerca del fuego.
Esa criatura era un ángel. No un ángel de esos celestiales e inmortales, sino uno de verdad y bien mortal. Tenía el aspecto de un humano, solo que dos alas blancas le salían de la espalda. Una de ellas estaba vendada, por lo que Cóvex imaginó que no estaba sólo, ya que era del todo improbable que se la hubiera vendado él mismo. Pensó en la gente que al ver un ángel se estremecía, pero de placer y no de terror. Ilusos. Los ángeles sólo eran llamados así por su aspecto, pero no eran precisamente buenos, por decirlo de alguna manera. Es cierto que había excepciones, por supuesto, pero a él personalmente le parecían más salvajes que los transformistas.
—Parece que estás despierto —escuchó cerca de él. Volvió la cabeza y vio a la transformista, que tenía cortes por la cara y los brazos y cojeaba—. Te has llevado la peor parte.
—¿Qué pasó? —preguntó desconfiado—. ¿Quienes sois?
—Responderé primero a la segunda pregunta. Yo me llamo Tagne y él—señaló al ángel, que les miraba silencioso— se llama Bacnuss. En cuanto a qué pasó... El oso que se abalanzó sobre ti era un mutante. Se hace llamar Ursus, como el gran oso cavernario. Esa es su forma favorita. No debería haberse abalanzado sobre ti, creo que a quienes quería era a nosotros. Sería demasiado largo explicarte el porqué ahora. Además, necesitas descansar.
Durante varias semanas estuvo bajo los cuidados de Tagne y Bacnuss. Un día les preguntó por qué hacían eso y Bacnuss dijo que era sólo hasta que se le curase el ala. Pero el ala se curó y siguieron cuidando de sus heridas. Durante ese tiempo advirtió que Tagne apenas cambió de forma, al menos delante de él. Cuando ya podía levantarse y andar, aunque poco rato y no muy deprisa, le preguntó al respecto.
—Es obvio —respondió ella, disimulando una sonrisa—. He notado que no te gustamos los mutantes y que tampoco te gusta el ángel. Él no puede ocultar sus alas, pero yo sí puedo evitar transformarme delante de ti.
—Oh, eh... gracias entonces —balbuceó él, sintiéndose confundido con la explicación—. Aunque, si quieres, puedes hacerlo delante de mí. No es justo que tú cuides de mis heridas y ni siquiera puedas ser tú misma.
—No lo dices muy convencido.
—Lo digo en serio, no me importa que lo hagas.
—De acuerdo entonces.
Se quedaron un rato en silencio.
—¿Y por qué un lobo albino? —preguntó él, recordando la primera vez que la vio.
—Bueno... Los lobos son fuertes y fieros y por ello asustan a la gente. Y los albinos son repelidos por otros de su misma especie. Así me dejan en paz.
—Ah...
A partir de ese día Cóvex la vio transformarse alguna vez, sobre todo para dormir. Tagne mutaba en lobo blanco y hacía un ovillo con su cuerpo siempre que se echaba a dormir. De ese modo no necesitaba una manta y, si aparecía algún animal inoportuno durante la noche, se despertaba y le hacía huir con mayor facilidad que si durmiera con forma humana. Sin embargo, durante el día sólo se transformaba para ir de caza, y a veces lo hacía fuera del campamento para que Cóvex no le viera.

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