Historias de Canción 13

Todo lo que hacía ese día me salía muy mal, era casi como si me hubiese mirado un tuerto. Al menos, si ese mito (o lo que sea) tuviese algún tipo de fundamento. El caso es que no era, precisamente, lo que yo llamaría un día perfecto.

La cosa empezó como cualquier otro día. Sonó el despertador, abrí los ojos, y al ir a apagarlo me golpeé con la mesilla. Lo de siempre. Luego me levanté, me duché... Todo normal hasta la llegada del desayuno.

Por el motivo que fuera, al preparar la cafetera olvidé cerrarla bien... O más bien olvidé cerrarla. Y punto. Así que pasé la siguiente media hora limpiando la cocina.

Esto me quitó tiempo para las otras cosas que hago por las mañanas, y tuve que salir corriendo a la calle. Allí, pensando en que el autobús acabaría de pasar para cuando yo llegase a la parada (lo que supondría esperar 20 minutos hasta que pasase el siguiente), fui en la otra dirección, hacia el metro. No suelo escoger esta opción porque está algo más lejos, pero también pasan cada menos tiempo.

El caso es que llegué al metro y, cuando llevaba ya un buen rato esperando en el andén, leí al fin el anuncio luminoso que no hacía más que repetirse en las pantallas. Había obras. En esa línea. Los trenes no volverían a pasar por la estación hasta esa tarde.

Desalentado, salí pitando de nuevo a la calle y paré un taxi. Si antes ya iba mal de tiempo... En el asiento trasero pude relajarme, hasta me dormí un poco. Cuando el taxista me despertó vi que había confundido la dirección, y que me había llevado a la otra punta de la ciudad. Se lo expliqué y puso de nuevo en marcha el taxi, malhumorado. Pero lo peor estaba aún por llegar.

Ya en mi destino, al ir a pagar, me di cuenta de que con las prisas había olvidado la cartera en casa. El taxista se creyó que me quería aprovechar de él y llamó a la policía.

Acabé en una celda, de la que salí unas horas después. Y todo por no haber cerrado la cafetera.